miércoles, 27 de febrero de 2008

INFLACION Y DESEMPLEO

Efecto de una devaluación sobre la Inflación
Actualmente nos encontramos ante una inflación causada por una flexibilización del tipo de cambio que hizo depreciar la moneda a prácticamente el doble que su valor en la época de la convertibilidad (inflación de costos).
Como anteriormente explicaba la teoría, el coeficiente pass-through demuestra el efecto de una devaluación en los precios donde se tienen en cuenta distintos tópicos. Para la Argentina encontramos que debido a su contexto deflacionario y su ciclo recesivo (PBI 7% menor a su potencial), ayudaría a que no se agregen a precios la devaluación cambiaria. El grado de apertura es menor que el 20%, la importación de bienes de consumo (4.8%), intermedios (10.2%) y inversión (16.6%); la influencia de bienes transables en consumo (51.6%), en insumos intermedios (60.1%) y en inversión (42.5%). En la estructura de precios encontramos que un 52.1% de los bienes tienen influencia del dólar, pero si le agregamos los servicios públicos mas contratos de alquileres ( debido a que tienen contratos dolarizados), la cifra ascenderia al 63%. Aquí hacemos un contraste con la economia brasilera en donde esta ultima cifra es del 46.5% pero con la ventaja que administran precios de la canasta de bienes consumo en un 27.1%. Por ultimo entramos en el grado de sobrevaluación del tipo de cambio que va a corregir los desfasajes cambiarios real sin trasladarlos a precio, en Noviembre del 2001 estaba en una nivel del 8%.
Este analisis concluye: cada 10% de devaluación habria una inflación del 5% o sea teniendo en cuenta que la actual depreciación nominal de nuestra moneda respecto al dólar es del 100% se esperaria una inflación del 50%, sin tener en cuenta los condicionantes de credibilidad y demanda de pesos (por la memoria o experiencia inflacionaria de este país). Relacionando con la economia brasilera, esta cada 10% de devaluación cabiaria 1.79% de inflación.
Desde el 4 y el 8 de febrero se contabiliza sobre el mercado informal.
Fuente: Diario La Nación _ 17/02/02
Otra caracteristica que puede encontrarse en las causas actuales es la especulación: en un estudio a 233 empresas, 170 tenían problemas de abastecimiento, 60 de esas 170 son por insumos importados siendo que el resto utiliza insumos producidos y comercializados en el país de empresas que abusan de su posición dominante en el mercado (24/02/02 suplemento cash; Página/12).
Costos de la inflación
Estas dependen si la inflación es esperada o no:
Inflación esperada
Si las instituciones se han adaptado para compensar sus efectos obtenemos dos tipos de costos, "suelas de zapatos" derivados de la incomodidad de tener que ir con frecuencia a las entidades financieras a demandar saldos nominales por la perdida de poder adquisitivo, "costos de menú" por cambiar las listas de precios frecuentemente.
Por otro lado cuando las instituciones no logran ajustar sus comportamientos (inflación no equilibrada) se generan distorsiones fiscales; los impuestos proporcionales a la renta nominal aumentan un proceso inflacionario ya que la renta real no se incrementa al ritmo de la nominal.
Los tipos de intereses nominales aumentan por la presión de los prestadores, instrumentado con una prima de inflación que incluye esta tasa no afectando asi el interés real. Esto hace que el estado recaude mas (por impuesto proporcional al interés nominal) a costa del prestamista. Por el contrario el Estado estaría perdiendo recaudación por la deducción de intereses sobre el ingreso tributable (permitido en la mayoría de los países)
Inflación no esperada
Efectos sobre la distribución de rentas: Esta perjudica a aquellos individuos que reciben rentas fijas (como jubilados, pensionados; aunque actualmente reciben pensiones indiciadas respecto IPC) a acreedores a favor de deudores. también el impuesto a la inflación recae en forma regresiva sobre las personas más pobres ya que disponen de mas dinero liquido para hacer sus transacciones por que su propensión marginal a consumir es mayor que en la de las personas con mayor poder adquisitivo.
Respecto al sector público, presenta un efecto positivo por las distorsiones fiscales (antes comentado) y uno negativo dados por los "rezagos fiscales" (efecto Olivera-Tanzi), el primero es mayor en el caso de baja inflación y el segundo para alta inflación.
Los productos transables perderán competitividad reduciendo así las exportaciones.
Distorsiones sobre la actividad económica al alterarse la estructura de precios relativos. Todos los precios absolutos no suben por igual entonces hay distorsión en los relativos dificultando la información y dando cabida a la especulación con la excusa de inflación.
La incertidumbre dificulta los cálculos sobre el rendimiento de las inversiones generando fuga de capitales e imposibilitando la llegada de inversiones especialmente las de largo plazo que son más sensibles a esta incertidumbre. Es una de las causas por la que frena el crecimiento.
Políticas de Estabilización de la Inflación
"Detener una alta inflación requiere de una combinación especial de políticas económicas que afecten el tipo de cambio, el presupuesto fiscal, la oferta monetaria y, en algunos casos, medidas directas que apunten a los salarios y a los precios. Un elemento clave para el éxito de cualquier programa de estabilización es cuan positivamente responde a él el publico. El papel critico de las expectativas destaca la importancia de las políticas que puedan infundir confianza en el programa" (Macroeconomía en la economía global; Sachs-Larrain).
Estabilización del tipo de cambio
Como vimos anteriormente, en una hiperinflación el tipo de cambio se deprecia junto con el aumento de los precios domésticos, por otro lado las indexaciones de empresarios y trabajadores en este contexto se basan en expectativas según precios dolarizados, lo que significa que estabilizando el tipo de cambio se termina con la alta inflación. Para ello se puede fijar la moneda a otra que tenga una inflación baja o en un extremo dolarizar la economía.
Política fiscal
Relacionando con el punto anterior, no se puede mantener un tipo de cambio estable si no se controla el déficit fiscal. Este paso es fundamental para erradicar el problema original que causo la hiperinflación. Acá entra a jugar el importante papel del banco central como entidad autónoma, ya que debe resistir las presiones para financiar el déficit. Entre otras medidas existen la eliminación de subsidios directos, exenciones tributarias y aumento de precios de los bienes y servicios que suministran las empresas públicas con el objetivo de eliminar el déficit de estas empresas por sus bajos precios en términos reales durante la hiperinflación. Ahora, también es necesario incrementar los ingresos tributarios.
Política Monetaria y Crediticia
Luego de la estabilización al incrementarse los saldos reales en dinero, la gente trata de mantenerlos por lo que el banco central debe actuar sobre la base monetaria ya sea: incrementar el crédito interno al sector público, operar mediante redescuentos a bancos privados o validar entrada de divisas a través de la balanza de pagos.
Expectativas Inflacionarias
Este punto se trata desde la teoría de expectativas racionales en donde encuadra el hecho de llegar a inflación cero sin costo o sea sin desempleo. Se basa en tres condiciones: credibilidad hacia las autoridades, rápido equilibrio del mercado laboral y expectativas "que miran hacia delante".
Credibilidad
El banco central debe ser creíble en la decisión de no monetizar la deuda pública
Un hecho a describir son las tasas de interés luego de un plan de estabilización. Durante las hiperinflaciones las tasas reales de interés permanecen altas debido a que incluye el riesgo de devaluación. Para reducir eso solo se necesita confianza enla medida de que avance la estabilización, ya que sino puede ocurrir: hay presión para política monetaria expansiva con el riesgo que esto tiene, deterioro en el déficit fiscal por el alto interés de la deuda pública y quiebras de empresas por dificultades financieras.
Ortodoxia y Heterodoxia
La ortodoxia proviene de entidades como el FMI, que privilegian políticas monetarias y fiscales estrictas como instrumento casi único. La ideología proviene del neoliberalismo o nuevo monetarismo.
La heterodoxia supone que la inflación tiene un gran componente de inercia que hace que cada vez sea más grande por lo que es necesario tomar políticas de ingreso en las que hay controles de salarios y precios. Los más extremistas proponen que solamente estas políticas detienen la inflación y que las ortodoxas juegan un papel menor. Su ideología proviene del neoestructuralismo y se expresa en el plan austral o el de convertibilidad.
PLANES DE ESTABILIZACION DE LA INFLACIÓN EN ARGENTINA
La historia nos cuenta que los procesos inflacionarios se inician con elevados niveles desde el gobierno de Perón (ver anexo B). Los intentos por estabilizarlos han tenido poco éxito. La característica común de los planes de estabilización aplicados en Argentina es que han surgido de acuerdos con el FMI. Sabemos que esta entidad considera necesarios para reducir la inflación aspectos como reducir el déficit fiscal y "dejar ajustar" si hay desequilibrios en la balanza de pagos (mecanismo conocido como enfoque monetario de la balanza de pagos). En general no se llegaron a cumplir los acuerdos por incumplimiento en la reducción del déficit fiscal. A continuación analizamos los ultimos planes de estabilización en Argentina.
PLAN AUSTRAL
Al asumir Alfonsin en 1983, se trato de enfrentar la inflación existente mediante políticas gradualistas programadas por el FMI sin tener éxito. La inflación (ver anexo A, cuadro 1) crecía gradualmente hasta que en junio de 1985 ante una inminente hiperinflación se puso en marcha el plan Austral. Este consistía en políticas heterodoxas concentrándose en:
Aumento los precios del sector publico, devaluó el tipo de cambio, impuso gravámenes al exterior e incremento tasas impositivas para mejorar los ingresos.
Congelo precios y salarios y fijo el tipo de cambio
Circulaba una nueva unidad monetaria (austral) junto con la anterior.
Al ser aceptada por el FMI permitió el reajuste del servicio de la deuda con su nueva moneda.
Finalmente la inflación no fue erradicada totalmente, a pesar de las correcciones el déficit continuo aumentando. El tipo de cambio se mantuvo hasta abril de 1986 donde comenzaron las "mini devaluaciones" para no perder competitividad aunque el tipo de cambio real se mantuvo constante por la depreciación del dólar en los mercados mundiales.
PLAN Y LEY DE CONVERTIBILIDAD
A partir del 6 de febrero de 1989 se suspendió la convertibilidad del austral, la inflación fue del 33% en abril, 78% en mayo y 114% en junio. El 9 de julio renuncio Alfonsin alcanzando una inflación del 197%. Luego de una corrida cambiaria en diciembre de ese mismo año ya con Menem en el gobierno, la inflación persistió. Se anuncio el "plan Bonex" con lo que dio cierto aire al gobierno aunque en febrero de 1991 se produce otra corrida contra la moneda, cuando finalmente ingresa como ministró de economía Cavallo quien anuncia en abril el Plan de Convertibilidad. Este es un plan heterodoxo cuyos principales puntos:
Reforma monetaria: la nueva moneda (peso), la base monetaria respaldada en un 100% por reservas internacionales transformando al Banco Central en una caja de conversión, prohibición de indización en mercados de bienes y trabajo excepto en las operaciones de crédito.
Reforma fiscal: mejora en la administración del sistema impositivo
Reforma del Estado: Plan de privatizaciones y desregulaciones.
Reforma del sistema previsional: mecanismo de capitalización operado por el sector privado.
Reforma comercial: eliminación de aranceles a la exportación y a las restricciones de importación.
A esto se le debe agregar la credibilidad que se genero al traspasar el poder de devaluar al congreso, la independencia de los miembros del directorio del Banco Central cuya ratificación pasa a depender del congreso generando la reducción de la dependencia que existía entre ministerio de economía y las autoridades del Banco Central. Es muy notorio el éxito de este plan ya que durante los años subsiguientes la tasa de inflación tenia los niveles mas bajos del planeta. Era muy difícil la lucha contra la compra del dólar durante la epoca 1989-1991, cualquier excedente iba directamente a cubrirse en esa moneda extranjera.
(ver anexo A, cuadro 2)
ACTUALIDAD ARGENTINA
Relacionando con la información que se dio anteriormente sobre las causas de la inflación, se entiende que el problema más importante que enfrenta el actual gobierno es el riesgo a que se dispare la inflación lo que podría acabar con las ventajas del tipo de cambio real.
En los últimos 10 años las importaciones pasaron de 5000 a 25000 millones de dólares siendo una parte importante en insumos de producción, demostrando lo significativo que puede ser una devaluación en los precios. Pero el problema parte a raíz de que los precios no aumentan solamente por causas del tipo de cambio sino porque no hay competencia, que algunos entienden dada la concentración y extranjerizacion producida por el modelo de la década pasada.
Otro posible detonante son los combustibles. Solo tres compañías producen el 90% del mercado donde seria mas fácil llegar a un acuerdo colusivo al aumentar los precios internos sabiendo las terribles consecuencias que trae aparejado este tipo de decisión. Para caso deel aumento de precios de los bienes transables como trigo, aceites, cereales, combustibles, proponen la solución adoptada en varios países: retención a exportaciones que podría bajar los precios interiores haciendo a su ves que las empresas mantengan ganancias extraordinarias generadas por la devaluación y aumentando notoriamente la recaudación del fisco.
La inflación al consumidor de enero fue del 2.3% y 3.1% en febrero, la acumulada mayorista del años es de 18,3%.
Precios al consumidor-Febrero 2002 (var. m/m)






Nivel General


3,1

Alimentos y Bebidas


4

Indumentaria



0,1

Vivienda



1

Equipamiento y Mantenimiento del hogar

7,4

Atención medica y gastos en salud

3

Transporte y Comunicaciones

1,6

Esparcimiento


4

Educación



1,2

Bienes y Servicios Varios


6,6






Fuente: IERAL de Fundación Mediterranea en base a INDEC
3. Conclusión.
Como se señaló en la introducción el pánico a la hiperinflación siempre existió desde que se tuvo la desagradable experiencia. La razón es que no hay una solución rápida y siempre es costosa. A la hora de poner fin a un proceso, todas las teorias aportan algo válido, pero mas allá de la teoría existe la realidad: la gente, sus expectativas. Sabemos que economía es una ciencia social y por lo tanto es muy difícil predecir o analizar la conducta de los individuos, en este tema especifico se refleja con mayorcontundencia (corridas cambiarias, especulación, credibilidad). Consecuentemente no podemos recetar ninguna solución sino conocemos la cultura o "el sentido común" por lo que la gente se guía, o en otras palabras no existe una receta universal como lo entiende el FMI y otras entidades supranacionales.
Según un importante economista, hay tres tipos de economia: la capitalista, la marxista y la argentina. Creo que no esta tan desviado. Hablando de especulación , no es lo mismo una devaluación aca que en Brasil donde por ejemplo la gente tiene otro tipo de expectativa y cultura. Respecto al coeficiente pass-trough : 10% de devaluación genera 5% de inflación en Argentina mientras solo el 1.72% en el vecino carioca. Esto creo que nos enseña que no podemos seguir importando la tecnología e insumos intermedios, a largo plazo tenemos que lograr una sustitución si queremos tener un horizonte optimista defendiendo nuestra moneda que es mas que importante en un mundo globalizado de esta forma.
Hoy por hoy es muy difícil llegar a una hiperinflación, el ambiente de depresión hace que no se pueda disparar el dólar que seria el gran "gatillador". La lucha del gobierno actual pasa por controlar la suba injustificada y amortiguar los precios internos del trigo, aceite, combustibles etc... rezando por que aparezca en escena la tan requerida reactivación.
















Leonardo y. Vera / Miguel Ignacio Purroy, Inflación y Régimen... Revista BCV/ Vol. XIII / N° 2 /
* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Central de Venezuela.


Inflación y Régimen Cambiario: Comentarios al Libro de Miguel
Ignacio Purroy, (BCV: Caracas, 1998).
Leonardo V. Vera*
La elección del régimen cambiario y el debate sobre las virtudes y deficiencias de los tipos de cambio flexible y los tipos de cambios fijo ha sido uno de los asuntos de mayor discusión que ha generado el campo de la economía y finanzas internacionales. El debate ha revivido con mayor vigor, en las dos últimas décadas, con la creciente dificultad que han mostrado muchas economías para sostener un régimen cambiario por espacios de tiempo prolongado. Al colapso de los regímenes de tipo de cambio fijo en los países de América Latina durante la crisis de la deuda han seguido multitud de eventos. La aparición de una unión cambiaria al interior de los países europeos, el colapso de la unión y del sistema monetario europeo entre 1992‐1993, la crisis mexicana del año 1994 y la de los países del Este del Asia, con todas sus repercusiones, dan muestra clara de la importancia de este tema. Miguel Ignacio Purroy nos presenta, en su muy reciente libro Inflación y Régimen Cambiario: Un Enfoque de Economía Política, una revisión acuciosa de los elementos más importantes sobre los cuales ha girado la discusión sobre la elección de regímenes cambiarios. La preferencias de la sociedad y de sus gobiernos (entre estabilidad de precios y empleo), la efectividad de las políticas nominales para lograr efectos reales, el grado de activismo de la política monetaria y cambiaria, y los costos políticos, son los elementos claves en la selección del régimen que Purroy se dispone a analizar.
La obra está dividida en dos partes. En la primera, Purroy se propone trazar un cuadro con los principales argumentos que se exponen en la literatura sobre los costos y beneficios de la rigidez versus la flexibilidad cambiaria. En la segunda parte, Purroy indaga la relación teórica entre régimen cambiario y desempeño inflacionario. En la medida en que el lector se adentra en la lectura de la segunda parte podrá percatarse que el autor quiere poner en evidencia la importancia que tiene la solución del problema de la inconsistencia temporal de las políticas del gobierno en aquellas economías donde las preferencias sociales exigen compromisos de estabilidad de precios por encima de los objetivos de empleo. Esta orientación del problema deja abierta la pregunta sobre la influencia que tiene el régimen cambiario en los incentivos de un gobierno que se esfuerza por preservar el objetivo de la estabilidad de precios.
Atendiendo a la claridad conceptual, el capítulo 1 comienza estableciendo una tipología de los regímenes cambiarios siguiendo estrictamente la clasificación adoptada por el Fondo Monetario Internacional en su reporte anual sobre regímenes cambiarios. Llama la atención la ausencia de los regímenes de zona objetivo (bandas cambiadas) en esta clasificación, a pesar de la relevancia que ha tenido este esquema en la Comunidad Europea y en varios países de América latina, incluyendo Venezuela. la ausencia de cualquier referencia a los regímenes de bandas es una deficiencia que acompaña al libro de Purroy a lo largo de toda la primera parte, y sólo puede ser explicada por la dificultad implícita de vincular los desarrollos teóricos en este campo con la teoría del área monetaria óptima, que como veremos, es la estructura sobre la cual se construye el argumento sobre regímenes cambiados en esta obra.1
Gran parte del capítulo I se dirige a determinar la evolución del mapa de regímenes cambiados a partir del advenimiento del sistema de Bretton Woods y de explicar el viraje hacia los regímenes de flotación en la década de los setenta, así como los intentos por imponer tipos de cambio más rígidos en los años ochenta y noventa. Purroy identifica el primero de estos virajes a las perturbaciones externas de los años setenta y ochenta, y al coste de realizar ajustes deflacionarios. En cierta forma, una concepción más activista de la política monetaria da pie a la selección de regímenes de flotación. El viraje hacia tipos de cambio más rígidos que se da ulteriormente, es para el autor, la consecuencia de cambios en los objetivos de política económica (con preferencia a la inflación baja) y al creciente escepticismo respecto al uso de la política monetaria y cambiaría discrecional en un ambiente de libre y rápida movilidad de capital.
Un completo cuadro del conjunto de elementos que afectan la elección del régimen cambiario se presenta en los capítulos II, III y IV. Purroy considera prudente situar la génesis de la discusión sobre el “régimen cambiario óptimo” en la teoría del área monetaria óptima. El capítulo II se dedica por entero a revisar los enfoques y las conclusiones que arroja la literatura sobre áreas monetarias óptimas.
1 La literatura sobre zonas objetivo ha sido abundante en la década de los años noventa desde el trabajo seminal de Krugman (1991). Los trabajos se han orientado a indagar los mecanismos de funcionamiento, las propiedades de una zona, las formas de intervención, la importancia de la credibilidad, los factores que inciden en los realineamientos, y la viabilidad de estos regímenes en un marco de coordinación de políticas.
La elección de este tópico como punto de partida analítico es muy acertado si se considera que el objeto de la discusión, a este nivel, es evaluar los méritos relativos de los regímenes cambiarios. Como el autor mismo señala; “la teoría del área monetaria óptima ha sido el punto de partida, el eje y el punto de retomo de la discusión” (p. 37). Es esta literatura la que permitió centrarse en la identificación de los factores que hacen a una economía recomendable para un régimen de rigidez cambiaría (equivalente a un área monetaria integrada), frente a un régimen de flexibilidad. El seguimiento que hace Purroy de las contribuciones en este campo es meticuloso y la manera clara y el equilibrio con que las ideas se explayan a lo largo del texto es insuperable. No escapan del análisis los elementos destacados por Mundell (1961) sobre la pertinencia de la movilidad de factores para aliviar la carga del ajuste frente a desequilibrios externos; los aportes de McKinnon (1963) sobre el grado de apertura y el tamaño de la economía como criterio de selección; como tampoco, el aspecto sobre el grado de diversificación la estructura productiva introducido por Kenen (1969). Purroy recoge, asimismo, el viraje que dio la discusión moderna, a partir de los años setenta, con la preocupación vinculada a la relación entre elección de un régimen cambiario y la estabilidad del producto y la inflación. Aquí, evidentemente, el objetivo trazado de política económica matiza levemente cada una de las conclusiones. El autor, no obstante, sugiere que la discusión teórica parece haber llegado a ciertas conclusiones en lo que se refiere a la elección de regímenes que el enfoque moderno de áreas monetarias óptimas sugiere. Los regímenes cambiarios fijos se ajustan mejor a economías pequeñas, abiertas, poco diversificadas o sometidas a perturbaciones internas, en tanto que los regímenes flexibles son más convenientes en economías sometidas a perturbaciones externas. En este terreno, sin embargo, Purroy pudo ser más cauteloso. No existe en realidad un sólido consenso y mucho menos conclusiones sobre qué tipo de economías son aptas para uno u otro tipo de régimen cambiario. Tavlas (1994), en una reciente revisión sobre los avances en la teoría sobre áreas monetarias óptimas, encuentra que “en general el trabajo teórico y empírico reciente sólo provee de resultados inconclusos” (p. 225). Por otra parte, sólo el lector incauto podría dejar de percatarse que son las economías pequeñas y abiertas las que en general están sometidas a perturbaciones externas, y en este caso, las conclusiones extraídas por Purroy son improcedentes.
En el capítulo III, Purroy entra en una evaluación más sistemática de los costos y beneficios entre regímenes de tipo de cambio fijo y flexible. La discusión gira alrededor de tres cuestiones fundamentales: (a) el aislamiento y la estabilización frente a perturbaciones, (b) la independencia y efectividad de las políticas, y (c) la eficiencia microeconómica y estabilidad del mercado cambiario. Purroy ofrece además una rica síntesis de la discusión sobre las propiedades estabilizadoras (o desestabilizadoras) de los tipos de cambio flotantes, controversia iniciada décadas atrás por Ragnar Nurkse y Milton Friedman. En el capítulo IV, se pone en relieve la importancia que para la determinación del régimen cambiario tienen las preferencias sociales en relación a cuáles deben ser los objetivos de la política económica. Es aquí donde quiere llegar el argumento de la primera parte del libro para articular el tema de la selección del régimen cambiario con el tópico de la política anti inflacionaria. El argumento es si se quiere simple y silogístico. Las sociedades modernas han volcado sus preferencias hacia
la estabilidad de precios, ponderando con menor valor los objetivos reales de la política económica. Por otra parte, el grado de interdependencia de las economías hace que el buen desempeño inflacionario de una economía dependa en gran medida del desempeño de sus socios comerciales. En estos casos, el manual indica que la preferencia en la elección de un régimen cambiario será por un tipo de cambio fijo. Pero si el compromiso de mantener la paridad carece de credibilidad suficiente, un régimen de cambio fijo puede ser muy costoso de preservar, especialmente si nos encontramos en un contexto de alta movilidad de capitales.
Entre otras cosas, la coordinación de política entre países ha de ser perfecta. En consecuencia, es preferible pasar a la unión monetaria, estadio final de la rigidez, donde las monedas individuales desaparecen.
Aunque este no es el espacio para discutir la lógica de este argumento, ciertas precisiones son pertinentes. Ciertamente, las preferencias por la estabilidad de precios han gobernado las decisiones de política en las modernas economías capitalistas, pero no es muy claro cuan sostenible es este estado de preferencias en un mundo de creciente desempleo y en donde el sistema de protección social se resquebraja por su inviabilidad fiscal. Por otro lado, es evidente que esta situación tiende a agravarse en la medida que la rigidez cambiaria hace perder grados de autonomía en la política monetaria y en los mecanismos estabilizadores del ciclo.
En segundo lugar, la experiencia reciente de la Comunidad Económica Europea indica que el arribo a una unión monetaria es lenta y costosa. Lo que comenzó como una zona de libre comercio hace más de cuarenta años atrás, ha debido esperar por la desaparición de grandes asimetrías entre países, el agotamiento de muchas fases que no se esperaban transicionales, y difíciles y largas negociaciones.
El marco institucional no se construye de la noche a la mañana. Es bueno recordar, por ejemplo, que entre el reporte del Comité de Halsbury y la introducción del acuñaje decimal, transcurrieron siete años en el Reino Unido.2
2 Cerca de 300 años desde que William Petty lo propuso originalmente.
Igualmente, los costos deflacionarios pueden ser considerables si los requerimientos (muy necesarios) para pertenecer a la unión incluyen ciertas cláusulas fiscales. James Meade (1990) puntualizó, no hace mucho tiempo atrás, que el control de la política monetaria por una sola autoridad motivada a mantener la inflación baja, en países comprometidos a mantener el presupuesto balanceado, puede ser devastadora. Cuando el Banco Central de la unión decide contraer la oferta monetaria, las tasas de interés suben reduciendo el gasto nominal en bienes y servicios, pero esto tiene un impacto en el rendimiento de la recaudación tributaria, lo que bajo el compromiso de mantener los estándares fiscales, hace que las autoridades eleven las tasas tributarias y provoquen una restricción del gasto marcadamente deflacionario.
En la segunda parte del libro, Purroy se concentra en discernir si la elección del régimen cambiario es relevante para el desempeño inflacionario de una economía.
El capítulo V abre esta discusión presentando los argumentos que la literatura ha encontrado para establecer una mayor asociación de la inflación con la flexibilidad cambiaria que con los regímenes de cambio fijo. La sección apela al expediente histórico y empírico, y al aporte de ciertas líneas de argumentación. Al menos son tres los argumentos que se dan para establecer la relación entre el grado de flexibilidad cambiaria y la inflación: (a) la flexibilidad cambiaria incrementa la incertidumbre sobre el tipo de cambio futuro y puede causar impactos inflacionarios, (b) la flexibilidad puede tener efectos asimétricos sobre los precios dependiendo de si se deprecia o aprecia el tipo de cambio, y (c) la flexibilidad permite con mayor facilidad políticas monetarias acomodaticias que liberan a la autoridad económica de la disciplina que impone un tipo de cambio fijo.
Purroy recoge de inmediato el argumento que dice que en contraste con la flexibilidad cambiaria, los regímenes de cambio fijo hacen que la indisciplina macroeconómica se traduzca rápidamente en pérdidas de reservas. Al ser el nivel de reservas un indicador visible del grado de desarreglo macroeconómico, la merma hace que los agentes anticipen el abandono del cambio fijo. Bajo este escenario un gobierno consciente de los peligros y costos de la indisciplina, se verá, en teoría, sometido a la prudencia monetaria si en realidad desea mantener ‘enganchada’ su moneda a una paridad cambiaria fija con sus socios comerciales.
Los agentes saben esto y el gobierno sabe que los agentes saben esto. En consecuencia, el régimen es creíble. Purroy, sin embargo, no evade los problemas con esta argumentación. Si el punto fundamental de este argumento es la aparición de costos generados por la indisciplina macroeconómica, entonces los regímenes de tipo de cambio flexible también pueden generar autodisciplina, pues los costos políticos cuando existe indisciplina macroeconómica se manifiestan en brotes inflacionarios que son eventualmente castigados por el electorado. Incluso, estos costos pueden hacerse evidentes en menos tiempo, pues las variaciones cambiarias se transmiten rápidamente a los precios internos.3 Por otra parte, siempre queda la interrogante sobre qué tipo de autodisciplina corresponde a los episodios de crisis de balanza de pagos, como las ocurridas, por ejemplo, en países latinoamericanos, donde se han empleado programas de estabilización con tipos de cambio fijo. Gran parte del problema se ubica en el nexo de causalidad que se establece, a nuestro juicio erróneamente, desde la estabilidad cambiaria hacia la estabilidad fiscal. Más bien, el régimen cambiario es, entre otras cosas, un resultado endógeno de la política fiscal, y ese es un aspecto crítico que puede distanciar al analista precavido de los abogados que existen hoy día en favor de las rigideces extremas como las juntas monetarias.
En el capítulo VI, el tema de las fuentes inflacionarias en una economía es abordado desde una perspectiva que el autor denomina como “positiva”. La presentación es clara y elegante y más allá de algún error de nomenclatura (en la ecuación reducida entre la tasa de inflación y el financiamiento del déficit planteada por Dornbusch, 1988), la presentación de las teorías de la inflación que aquí se hace no requiere de un excesivo rigor técnico dada la calidad explicativa del autor. La justificación que da Purroy para llamar a las teorías de la inflación aquí presentadas como positivas es cuando menos imprecisa. Purroy señala: “estamos adoptando un enfoque descriptivo de lo que es y se observa como fenómeno inflacionario” (pág. 201). Pero en realidad no es éste el aspecto que hace a las teorías aquí abordadas positivas. Las teorías que Purroy analiza con algún
detalle en el texto son aquellas que atribuyen al gobierno las causas de la inflación.4
Sin embargo, una cosa es identificar al gobierno como el agente desestabilizador y generador de brotes inflacionarios, y otra un tanto distinta es identificar los motivos principales que tiene el gobierno para inflacionar la economía. Es aquí donde el análisis reclama un enfoque de economía política y es en ese sentido que 3 Tal y como lo demuestra Milesi‐Ferretti (1995) en un trabajo reciente, la autodisciplina en régimen de tipos de cambio fijo no es evidente cuando el gobierno toma en cuenta los incentivos de sus oponentes políticos. En un modelo simple de economía abierta con problemas de inconsistencia temporal, se muestra que un partido adverso a la inflación puede evitar un compromiso de suscribir un régimen de tipo de cambio fijo, pues de hacerlo, resolvería un problema de incentivos de su oponente político (más propenso a la inflación), favoreciendo a este último frente a los ojos de los votantes. Curiosamente, Purroy hace referencia al trabajo de Milesi‐Ferreti en el último capítulo del libro.
4 Naturalmente, Purroy deja claro que este no es el único enfoque sobre cómo se gesta la dinámica inflacionaria, y en ese sentido presta cierta atención al enfoque de “balanza de pagos”. Asimismo, algunos comentarios se dedican a explicar el tema de la persistencia inflacionaria. Sin embargo, para los fines del argumento de la obra es el enfoque fiscal de la inflación el que luce pertinente.
se toma positivo.
De acuerdo al análisis, dos motivos tienen los gobiernos para recurrir a la inflación.
El primero está ligado a las ganancias impositivas que obtiene el gobierno a través del señoriaje. El segundo responde al deseo de obtener ganancias de empleo a costa de inflacionar la economía. Es precisamente este segundo motivo el que luce relevante para la discusión abordada en la obra, pues el aparato teórico moderno permite en este sentido incorporar no sólo la dinámica de las expectativas, sino además la credibilidad y la reputación como elementos que se derivan del problema de la inconsistencia intertemporal. Purroy se apoya en el modelo de Barro y Gordon (1983) para hacer ver los beneficios que tienen ciertas soluciones institucionales cuando imponen costos políticos a las acciones de incumplimiento del gobierno en el terreno inflacionario. En el modelo de Barro y Gordon tanto el gobierno como el público actúan racionalmente en un juego estratégico con base en la información disponible en un sólo período. El gobierno minimiza una función de pérdidas buscando el trueque entre inflación y desempleo pero tiene además el incentivo de engañar al público. Cuando el público entiende la falta de compromiso inflacionario del gobierno, ajusta sus expectativas inflacionarias acorde, generando niveles de inflación superiores al esperado. Muchas sugerencias han surgido para intentar resolver el problema. Purroy señala la más clásica:
incrementar los costos de incumplimiento sobre el gobierno estableciendo reglas que refuercen la credibilidad de las autoridades. Pero aunque Purroy no lo señala aquí, otras soluciones han sido apuntadas en la literatura. Cambios institucionales que lleven a revisar la función de pérdidas del gobierno de modo que se dé mayor ponderación a la inflación baja, pueden evitar la inconsistencia dinámica. Un trillado ejemplo de ello es la existencia de un banco central independiente, cuyo objetivo principal sea la estabilidad monetaria. De igual forma, la transparencia de la política monetaria puede ser beneficiosa y evitar sorpresas, si las autoridades se ven obligadas a proveer información inmediata de todas sus decisiones.
Mecanismos de “fianza” también han sido señalados como mecanismos que elevan los costos de incumplimiento. En este sentido, el sometimiento de la gestión pública y del banco central a la aprobación periódica del parlamento puede ser útil. Por último, un gobierno puede atarse las manos y renunciar a la discrecionalidad cediendo la política monetaria a una autoridad exterior, tal como ocurre en los regímenes de tipo de cambio fijo o en las uniones cambiarlas.
Extrañamente, Purroy no hace referencia a esta solución en el capítulo.
Similar problema al de la elección entre inflación y desempleo se plantea en una economía abierta entre inflación y competitividad externa. En el capítulo VII, Purroy se apoya en el modelo de Aghenor (1994) para ayudar a determinar qué régimen cambiario elegirán las autoridades económicas a fin de minimizar el costo de la decisión de tener que decidir entre inflación y competitividad. Las soluciones de equilibrio de este modelo indican que en comparación con un régimen de cambio fijo creíble, tanto la flexibilidad cambiaria como el caso de abandono engañoso del cambio fijo conllevan a costos inflacionarios mayores. Estos resultados se revierten sólo cuando existen perturbaciones exógenas que son de mayor intensidad relativa que el peso asignado a la competitividad en la función de pérdidas del gobierno. Una palabra de precaución debe ser considerada; sin embargo, en relación a la forma como la estabilidad de un compromiso creíble es asumida en regímenes de cambio fijo. Andersen (1998), ha señalado que el compromiso y los costos de adscribirse a una regla pueden mostrar “dependencia de estado”. En economías donde los salarios reaccionan con lentitud ante choques adversos, las autoridades pueden desear estabilizar el ciclo y salirse del compromiso. Esta posibilidad no es contemplada en la literatura convencional, y no está de más advertir que las imperfecciones de mercado no son comunes en los modelos examinados por Purroy, aunque ciertamente este elemento es explorado en último capítulo.
Mucho de lo que luce ausente a lo largo del libro es curiosamente recogido en el último capítulo. Si la rigidez cambiaria coadyuva a la estabilización y los gobiernos conservadores privilegian este objetivo, ¿por qué entonces a menudo son estos más proclives a la flexibilidad? ¿Por qué es tan difícil construir credibilidad? ¿Por qué la implementación de mecanismos o penalidades que incrementen la reputación son importantes? La respuesta a cada una de estas interrogantes se aborda con magnífica sencillez en este capítulo. Igualmente, interesante resulta la discusión sobre las ventajas y beneficios de los programas de estabilización basados en anclas nominales de tipo de cambio y anclas nominales monetarias. Aquí se sintetiza muy bien la discusión que existe hoy día sobre la importancia de la credibilidad y el aporte que han hecho autores como Calvo, Vegh, Kiguel y Liviatan sobre el tema.
Un anclaje del tipo de cambio perfectamente creíble hace caer la tasa de inflación inmediatamente sin sufrimiento mayor para la economía real. Un programa basado en anclaje monetario, aún con alto grado de credibilidad, reduce la inflación pero con costos severos en el ritmo de actividad económica. Ante estas opciones de política, evidentemente el anclaje cambiario luce en clara ventaja; sin embargo, la experiencia indica que la mayoría de los programas inclinados al anclaje cambiario comienzan con un incremento del consumo asociado inicialmente con una reducción de la tasa de interés nominal y luego con una expectativa de alza futura en la tasa de interés. Todo esto hace prever que las expectativas de devaluación se incrementan a lo largo del programa. La expansión hace que el precio de los no transables no converja a la baja y que el tipo de cambio real se aprecie. La apreciación genera una caída de la demanda agregada y una contracción subsiguiente del producto. Eventualmente, el programa por estar sometido a incredibilidad imperfecta, se revierte en el largo plazo, pero esto no deja de hacerlo atractivo para los gobiernos que suelen valorar la expansión económica con moderada reducción en la inflación hoy, si el costo de la recesión puede ser postergado.
No cabe duda que esta es una obra bien pensada en su estructura y cuidadosamente escrita. El libro es un magnífico compendio de ideas y discusiones muy relevantes y actuales para los hacedores de política económica. Considerando además lo poco que existe en este tema en lengua castellana, el libro debe ser una lectura indispensable para todo aquel interesado en conocer los elementos que determinan la elección de un régimen cambiario. Quien busque recetas infalibles, o recomendaciones simplistas a las que irresponsablemente muchos economistas han acostumbrado a la opinión en nuestros días, se verá defraudado. En general, aquí ha prevalecido el rigor y la honestidad intelectual, valores poco comunes en obras de este tipo en Venezuela.
Referencias
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Frankel, J. (1999), No Single Currency Régime is Right for ah Countries or at all times,
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Kenen, P. (1969), The Theory of Optimum Currency Aseas: An eclectic view, in R.
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Tavlas, G. (1994), The Theory of Monetary Integration, Open Economies Revtew, Vol. 5, No.
2.

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